CHIPI
I
Chipi si que era feo. Fiero.
Hay algunos tan feos a quienes los conocen
como “capilla del
monte", porque el mayor atractivo que
tiene es... el zapato. Pero
Chipi, ni eso.
Y, como el mundo está lleno de malos, a Chipi
nadie lo recuerda
como un
trabajador esforzado - que lo era, en su oficio
de gomero- ni como un amigazo- que ciertamente
también lo era.
Siempre, como un feo.
Hincha de Platense hasta el caracú, solía
distraer su tiempo libre
en la sede social de aquel Club Deportivo
Platense de la calle
Olessio, en Barrio San Martín. Algún Chinchón,
algún truco,
algunos vinos.
Una noche estaba jugando un truco de cuatro,
compañero con
Tomasito Cuevas, contra el flaco Picech y don
Juan Ledesma.
Estaba linda la charla en la mesa.
Chanzas, comentarios, risas, acotaciones...
Chipi intentaba pasar
a su compañero las señas de las cartas que
había ligado.
Inútilmente, porque Tomasito atendía a don
Juan, al flaco, a los
mirones, en diálogos filosos y chispeantes que
hacían brotar las
carcajadas. Señas, señas y ninguna respuesta.
Finalmente Chipi se enojó.
- ¡ Míreme. compañero!... ¡Míreme, que no soy
tan feo!...
II
El camionero trajo a la gomería su vehículo
para reparar una
cubierta floja.
Denodado esfuerzo de Chipi para quitarla del
camión,
arrastrarla hasta la playita de cemento y
comenzar el golpeteo del
pesado martillo sobre la llanta y el forcejeo
con las palancas para
quitar cubierta y cámara. De repente, saltó
bruscamente el arco
metálico, que pasó como un bólido a
centímetros de la cara de
Chipi, para dar contra la pared y voltear un
pedazo de reboque.
Chipi quedó azorado y pálido. Las
consecuencias pudieron
haber sido trágicas.
Pasado el susto y la puteada, giró hacia el camionero y le dijo:
- ¡Fiuuuu!... Si me pega en el rostro me
desfigura...
- ... o te arregla del todo - fue la respuesta
impiadosa.
III
Cada vez que retomaba de Platense, Chipi
cruzaba la Plaza San
Martín. Al llegar al centro, donde está
emplazado un busto del
héroe, se quitaba con la zurda el infaltable
pucho de la boca y con
la derecha sacaba la gorra de visera de su
cabeza, hacía con el
brazo un gesto versallesco y saludaba.
- ¡ Buenas noches, mi general !
Así siempre. Dos desocupados, que nunca
faltan, conocedores
de la "costumbre" de Chipi, lo
vieron venir desde la esquina, se
escondieron tras la ligustrina que rodeaba a
baja altura el bronce
y cuando pasó saludando como siempre, uno
respondió con una
voz que parecía venir del fondo de una tumba:
- ¡Buenas noches, don Chipi!
Qué vino de más ni qué vino de menos. No hay
nada mejor que
un susto para que se aclare la mente del más
nublado. Chipi
sujetó la gorra y salió como alma que lleva el
diablo.
PABLO ALCIDES PILA
“PASARON POR AQUÍ” Ediciones “La Calandria”
1999
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