lunes, 28 de julio de 2014

Florencio Molina Campos

Reseña biográfica
Florencio Molina Campos nació en Buenos Aires el 21 de Agosto de 1891, y murió el 16 de Noviembre de 1959 en su ciudad natal.
El 3 de octubre de 1891, el párroco de San Nicolás, Eduardo O´Gorman bautizó con el nombre de Florencio de los Angeles a quien hoy conocemos como Florencio Molina Campos. Era hijo de Florencio Molina Salas y de Josefina del Corazón de Jesús Campos y Campos.
 Durante su época de estudiante en los colegios La Salle, El Salvador y el Nacional Buenos Aires pasaba sus vacaciones en la estancia paterna Los Angeles, del Tuyú, y más tarde, en La Matilde, de Chajarí, Entre Ríos, arrendada por la familia.
Desde muy chico dibujó paisajes, escenas y personajes camperos que había observado y registrado durante esas vacaciones de su infancia.

En 1926, a los 35 años, a instancias de un amigo, inauguró su primera exposición en el Galpón Central de la Sociedad Rural. El Presidente Alvear visitó la muestra y adquirió dos de sus obras. Al año siguiente expuso en la vieja rambla de Mar del Plata. Desde 1931 a 1944 pintó los almanaques para la firma Alpargatas que conforman lo más difundido e importante de su obra.
Admirador del Molina Campos, Walt Disney lo contrató como asesor para varias de sus películas, pero el resultado de esta asociación no satisfizo a nuestro artista, porque veía desvirtuada la imagen del hombre de campo argentino.
 Son memorables sus ilustraciones para el Fausto de Estanislao del Campo, editadas por Kraft.
En los Estados Unidos, donde residió varios años se hicieron famosos los almanaques que pintó desde 1944 hasta 1958 para una empresa productora de máquinas agrícolas.
En 1969 se constituye la Fundación Molina Campos y en 1979 la señora María Elvira Aguirre de Molina Campos inaugura, en la ciudad de Moreno, un museo dedicado a su memoria.

Su obra  
Molina Campos trabajaba preferentemente de noche y pintaba varias obras al mismo tiempo casi siempre en papel Canson Mongolfier de color, cuando no empleaba, para trabajos menores, cartón de cajas de ravioles. Los almanaques fueron pintados al agua - gouaches, acuarelas o témperas – con alguna intervención de tintas y lápices. Sus intentos con óleo no fueron los más logrados. Solía calcar algunas figuras que luego tomaba, invertidas, como base para otros personajes. Luego de trazar la línea del horizonte preparaba los cielos aunque no pocas veces ha dejado simplemente el color del papel sin agregado de nubes. Sólo después incluía los personajes, plantas y animales. La calidad de terminación demuestra una atención muy esmerada en algunas obras; hay láminas decididamente impecables, sumamente elaboradas, en tanto que en otras se advierte un acabado más rápido, menos trabajadas pictóricamente.

En algunas pinturas hay grupos numerosos de paisanos de pie, de frente, como si estuvieran posando para una fotografía. Resultan así figuras algo congeladas, en un quietismo artificial.
Por una natural y siempre confirmada sensibilidad compositiva, sus figuras, árboles, animales y construcciones ordenan impecables compensaciones de volúmenes que dan a sus trabajos una gran solidez estructural.
 En todos lo casos, fondo y figura – permanente sintaxis de su obra – juegan un contrapunto que exaltan el dibujo y el color con un acierto de innegable maestría. Con escasos recursos técnicos pero dominados acabadamente gracias a su tenacidad, Molina Campos alcanzó una capacidad expresiva que sólo un legítimo artista puede convertir en medios eficaces para configurar una gramática tan perfecta.

Autodidacta, sin una estrecha sino casual relación con los maestros de la época, con una postura tal vez excesivamente reverencial hacia la pintura, pudo armar, sin embargo, una originalísima forma de dicción apoyada en una excepcional capacidad comunicativa. Esas extraordinarias pinturas que, tocadas por la magia de la gracia, enunciaban sin declamaciones la sobriedad y el esfuerzo, la rectitud y la alegría, acompañaron día a día, a lo largo de muchos años, la vida de millones de argentinos. Hoy forman parte del patrimonio artístico de la república.

Los paisanos
Florencio Molina Campos se nos presenta como alguien indemne al olvido. Ya hombre maduro, lejos en el tiempo de los campos donde transcurrió su infancia, las visiones de entonces re0nancieron en su pintura, nítidas, sorprendentemente vivas: los rasgos de los paisanos que vio, su apostura y sus gestos, la vestimenta, la humilde intimidad de los ranchos, el aire al mismo tiempo inocente y medio bárbaro, ingenuo y socarrón de esos peones, puesteros, domadores, reseros, jugadores de truco y comedores de asado, en medio de sus rudas tareas en la silenciosa llanura, apenas interrumpida por algún monte de talas o eucaliptus empequeñecidos por la lejanía.
También la absoluta presencia del cielo y la desmesura de tales campos sin agricultura que hace concentrarse al hombre en sí mismo e intensifica la presencia de las cosas, la silueta de un pájaro, un perro lejano o un cardo.
 Cualquier cosa viva para compartir la soledad. Cuando los pintó, esos seres y esas cosas ya se habían transformado o desaparecido con las mudanzas del progreso. Gracias a su poder evocador llegaron a nosotros aquellas gentes del sur. Se apoyan en la puerta de un boliche de campaña, los pies chuecos y una boina o un sombrerito sobre los ojos, pialan un potro en un corral, pasan - llegados no se sabe de donde – con sus caballos y sus carros, reaparecen con sus grandes dentaduras, hambrientas o risueñas, y sus sacos que les quedan chicos, sus oscuras mujeres de torta frita y mate, suficientes cuando calzan zapatos, doñas de respeto, gordas y perezosas de lavar ropa o sentadas delante de un horno. Con humildad y devoción, casi con inocencia, Molina Campos dejó un testimonio de ese pasado con una gracia y una frescura que no pierde uno solo de sus brillos con el paso del tiempo.

Pero entre la realidad vivida y el recuerdo la distancia interpuso un extraño elemento: el humor. Todo está visto a través de un lente que acentúa y exagera los rasgos y las expresiones. Más allá del realismo de un rostro, percibe lo que en él es peculiar y lo destaca, lo que primero salta a la atención en el conjunto de sus rasgos. Molina Campos capta al vuelo ciertas fisonomías, que en la vida pasan confundidas con el ambiente, y de ellas hace nacer lo cómico. Esas dentaduras adquieren una presencia rotunda, esas mejillas brillan como cobre a la intemperie. En los ojos chispea la ironía, el regocijo, la chanza, nunca la tristeza o la resignación, salvo en algunos gauchos viejos de antiguas barbas, que llegan muy lentos a caballo o están presentes casi sin estar, en alguna fiesta. Viejos bardos de chiripá, densos y solemnes, a menudo empuñan guitarras que sonaron bajo ombúes o carretas, guitarras que saben historias del fondo de la pampa, encarnaciones del recuerdo y el olvido, depositarios de una remota sabiduría. A ellos los han sucedidos esos otros personajes rubicundos calzados con alpargatas, todavía ávidos de vivir.

¿Qué es lo que ocurrió? Ahora todo está en movimiento. Los hombres y las mujeres que el niño vio no son maniquíes de museo. En la estancia pasaron sus vidas oscuras, sus rudas tareas como una fatalidad o un rito, un destino asumido sin contradicción. Ahora, algo en esos personajes ha variado, algo que entonces estaba oscuro en ellos ha salido a la luz para situarlos en un espacio particularmente risueño, en el cual la añoranza que los invoca deja de ser elegíaca o melancólica. Se convierte en una vitalidad desbordante, en la alegre afirmación de una presencia de tono burlesco, que contrasta con el paisaje de la llanura hecho de soledad y silencio.
Lo cómico, que ahora aparece, es un elemento inesperado: transforma el testimonio y le da a tales escenas un matiz inédito, único. Su inextricable naturaleza siempre ha suscitado inquietud como un enigma sin respuesta.

Un paisano domando no puede causar risa, un potro estaqueado, que tironea rompiéndose la boca en el esfuerzo de liberarse, tampoco. Una paisana que sorbe un mate, el gaucho que la mira con cariño un poco más lejos, y la otra mujer de larga trenza que saca algo del horno de barro ante el cielo impasible de la pampa, ¿por qué harían reír a nadie? Son gestos humanos consagrados por el paso de los días y no de bromas de circo. Instantes de unas vidas a las que sólo algún perro o unas gallinas, aparte del caballo atado a un poste, hacen compañía en medio de un campo vacío. ¿O es que todos los gestos humanos y cualquier sentimiento pueden ser motivo de risa? Artistas y escritores, desde los tiempos más remotos, han tenido al intuición y la voluntad de señalarlo. Así han surgido estos géneros paralelos: la sátira y la caricatura. El hombre se burla de sí mismo y entre nosotros Molina Campos es el único representante, de inspiración popular y ligado a la tradición nativa.
En el fondo de la conciencia cultural del país está viva una imagen arquetípica del gaucho, que tantos pintores han forjado desde el principio de la nacionalidad. Lo hayan visto o no, todos lo han visto. Pero de pronto, con Molina Campos esa imagen adquiere una originalidad exclusiva.

Lo que sorprende y atrae a la vez es que el gaucho resulte hilarante, que sus actitudes y su ambiente provoquen risa. Además, curiosamente, lo cómico de sus paisanos y caballos establece con ellos una comunicación más honda y más fraternal. Una especie de solidaridad que no nos provocaban otras representaciones. La esencia de la risa – se ha dicho - consistiría en un inconsciente sentimiento de superioridad de quien se ríe con relación a las personas que la provocan. El que motiva la risa ajena ignora que puede ser grotesco o ridículo. La inocencia, la ingenuidad de ciertos seres sólo pueden parecer jocosas a quienes los consideran desde el punto de vista de su orgullo o suficiencia.

Ahora bien, el sentido del humor con que Molina Campos nos presenta a sus personajes está lejos de la soberbia. Es la suya una visión muy particular. Nada hay en ella que los rebaje o los tome como motivo de encarnio.
Los paisanos de Molina Campos son asumidos con profunda simpatía y de algún modo los idealiza.
 Así rescata una manera de vivir, conserva una tradición y un folklore que perduran en el espíritu de la gente de esta tierra. Más aún: el artista se identifica con ellos, es todos ellos, una personalidad múltiple y unitaria. Ambos se intercambian y se reflejan. Tal actitud crea un clima particular, único en la iconografía de lo gauchesco.
Sus imágenes establecen un lazo inmediato con el espectador. Poseen un poder expresivo que llega desde el fondo de una imaginería criolla ancestral. Y lo singular de esta visión es que realmente reconocemos en ellas el mundo del gaucho, aunque ya no es el gaucho legendario de Hernández sino la vida cotidiana de unos paisanos en un tiempo que también pasó. Gestos y expresiones tal como se las ha imaginado a través de la literatura y el arte. Realismo y observación en un clima de cordialidad risueña, que causa gracia y provoca una hilaridad afectuosa. Nada llega aquí a lo bufonesco. Sólo cierta ironía para mirar las cosas y que no deshumaniza a esos personajes. No son comparsas de teatro, tienen la misma autenticidad del paisaje que los rodea. Si la visión del artista, a través de una óptica personalísima les da un aire festivo, tal circunstancia los acerca más a nosotros. Es una risa saludable, como si entre ellos y el pintor se cambiaran chanzas mutuamente, como suelen hacerlo los hombres de campo, con la malicia socarrona que les es tan propia. El humor que los anima parece llegar de lo más hondo, emana de ellos como una especie de euforia, de contenida energía que se traduce en risa.

El paisaje
La obra de Molina Campos nace de una vivencia infantil. En el mágico círculo de su niñez vio semejantes gauchos, caballos que reían a carcajadas o cantaban en la noche, hombres adornados con estrellas de hierro en los talones y las piernas envueltas en rudos pañales, reuniones alrededor del fuego de unas gentes salidas del horizonte, sorbiendo un extraño brebaje, el mate, en un extraño recipiente con un tubo metálico. No olvidó nunca el íntimo olor de un rancho con una litografía de Cristo y un espejito con marco de lata colgado en la pared, junto a una cola de caballo que sostenía un peine. Había también una cama de fierro con un poncho y un paquete de velas sobre un banco.

En medio del campo vio casa con un alero y frente a ellas un palenque con caballos: pulperías. Adentro todo esa sorprendente, un hombre enjaulado vociferaba detrás de unas rejas mientras llenaba vasos de aguardiente que repartía a quienes se le acercaban. A su espalda unos estantes medio vacíos contenían latas de yerba, botellas y unas piezas de género o algo así. La concurrencia era un paisanaje de fiesta, entre las risotadas y las chanzas y el humo de los cigarros. Vio potros furiosos, celebraciones en pueblos incipientes, mujeres de larga trenza en las cocinas o lavando ropa al borde de un arroyo con gestos rituales, peones ensillando o pialando, perros flacos, lechuzones y horneros. Visiones indelebles, más intensas porque se proyectaban en una llanura inmensa que acababa en el fin del mundo.


El artista quedó fijado a ese paraíso de la infancia. Muchos años después, sometido al horario de un mísero empleo en la ciudad, fiel a un dictado interior, comenzó a dibujar como obedeciendo al invencible deseo de revivir aquellas cosas. Como en sueños. Podemos conjeturar que el arte de Molina Campos es la nostalgia de un hombre fijado a su infancia. Pinta recuerdos.El tiempo de sus gauchos no tiene una cronología precisa como suele ocurrir con los sucesos de la memoria. Hay gauchos de chiripá y bota de potro junto a gauchos de bombachas y alpargatas. Los une el mimo cielo y la misma soledad de los lugares en que vivieron.

Son descendientes, sin duda, de los que poblaron el Martín Fierro y el Facundo. Hablan de Santos Vega y de Juan Cuello. Ya están en otro siglo, lejos de los malones o la indiada, aunque algunas veces también Molina Campos nos da alguna escena de tales episodios. Pero son notas esporádicas, diría literarias en relación con la verdad de lo cotidiano de la mayoría de sus cuadros, en una pampa de alambrados y tranqueras. Sus dichas son todavía sencillas, elementales, un ranchito en un puesto de estancia, una china y un caballo, unas partidas de brochas o truco y eso sí, la fiesta del Veinticinco. A pesar de la guitarra, el ladrido de los perros y el gallo, pertenecen al silencio. Todavía no hay antenas en sus ranchos, llegan al trotecito o pegan el grito a los caballos de unos carromatos enormes donde se trasladaba la cosecha, juntan un rodeo o cargan bolsas en un galpón junto a la vía. Muy pocos vecinos y gestos, sus maneras de ser, ocupaciones de una modalidad ancestral. Pero el cabo del cuchillo no deja de rascarle la espalda.

Otros pintores llegaron antes, iniciaron la historia de nuestra plástica. Algunos eran extranjeros, llegaban de paso y pintaban tipos y costumbre de la colonia como exponentes de algo exótico. Sus personajes están vistos desde afuera. Conservan una frialdad y cierto aspecto puramente etnográfico. Son exponentes de costumbres exóticas: curiosidades. Los de Molina Campos están vistos por alguien que se identifica con ellos, los quiere, los invita a reír juntos. En la actualidad, ya de alguna manera cambiaron. Los de ahora están entre máquinas y tractores y la televisión los acompaña, pero el espíritu es el mismo. En la década del 30 el país fue invadido por esos paisanos de Molina Campos. Eran obicuos, múltiples, y penetran igual a una lujosa mansión como al último rancho, embajadores de un país criollo, ya un poco fantasmal, hecho de refranes, de leyendas, toda una literatura y una vasta iconografía. También entran y salen del olvido, más siempre presentes en las vivencias populares. Su escenario es una pampa desmesurada hasta el horizonte. Están a gusto en ese paisaje que no existe. Sus figuras se destacan contra un cielo descomunal. Se proyectan contra el cielo. Así los habrá visto el niño, con admiración, orgullo de vivir en su vecindad, también él ubicado en medio de la llanura. Gente muy especial.

Los vigoriza el solitario espacio en que se mueven, hasta parece regocijarlos. Siempre ríen como si acabaran de salvarse de que el cielo se les caiga encima. Pertenecen a un campo para vacas y caballos donde es raro ver cereales. Molina Campos ha creado la imagen inversa del gaucho de las montoneras y los fortines: los de él parecen siempre de fiesta. No se sabe bien que festejan, que les ocurre para estar tan contentos, con unos caballos tan flacos que se les cuentan las costillas.
El de ellos es un tiempo autónomo, que corre a la par del nuestro como un río y no se desvanece. Justamente están en un almanaque donde los años y los meses cumplen un eterno retorno. Además, casi nunca se ve ante ellos al patrón. Su mundo es cerrado, exclusivo.

El caballo
Ellos y sus caballos mirones que tanto gustan hablar.
Siempre pintó casi todos los pelajes y preponderantemente cantidad de overos y tobianos. Siempre el caballo criollo, a veces mejor nutrido, otras esquelético y voluntarioso, con ojos saltones y una tensión que siempre acompañaba a la intención del jinete.En efecto, acostumbran a hablar con sus caballos, que ha aprendido el idioma del paisaje. Estos caballos están inmersos un poco en la fábula.
 Saben historias muy viejas, hablan de rastrilladas y arreos de miles de vacas robadas cuando servían en la frontera y no alcanzaban nunca a los malones. Aunque humillados mantienen su orgullo, establecen una extraña complicidad con sus dueños.
En los recados con que los ensillan hay todo un equipo para largas expediciones, sirven de cama y abrigo. Sus piezas, bastos, mandiles, cojinillos, se van disponiendo ceremoniosamente sobre el lomo, despacio, con profunda concentración al colocar cada parte, hasta el final de la cincha.

En todo Molina Campos lo visual es prioritario, el sentido más desarrollado. La infancia mira con avidez hasta el asombro y la sorpresa. El pintor conserva esa actitud y la traslada al paisanaje de sus cuadros. Y también a sus caballos. Ninguno quiere perder una brizna, un detalle. Están atentos a todo, al humor de sus dueños y a lo que los rodea. Y todo lo comparten entre ambos. Aunque a veces algún bagual se "viene como refucilo".   La furia lo transforma: ahora es un dragón que echa fuego por los ollares y se precipita sobre el espectador a la orilla de una alambrado, su cabeza se ha hecho enorme, la mirada medusante. Ha salido como una tromba desde el horizonte para echarse encima de quien pretenda pararlo. Y sin embargo, por la indefinible magia de Molina Campos, esa visión aterradora causa risa.  Hay tan poca sociedad en esos descampados que los caballos son como de la familia. Es una fraternidad alternativa, sellada primero a talerazos brutos, o atado a una estaca, bufando sin remedio hasta que al fin las cosas cambian.

En la vasta obra de Molina Campos los protagonistas son el paisano, el caballo y la llanura vacía. Unos caballos parlantes que se ríen a lo bárbaro, los enormes ojos saltones por los que pasa la ironía, el gozo, la ira, la astucia. Algunos se han hecho un nudo en la cola para llevar en ancas a una china vestida de rojo. Otros, fieles compañeros de viaje, cambian noticias sobre el tiempo con sus dueños, sus enormes dentaduras de caballo a la vista, esa parte del esqueleto que tentó en el hombre como en el animal es lo único que está visible. Para Molina Campos ese detalle es singular, un tema de su predilección, evoca al mismo tiempo el hambre, la risa y es un instrumento para la voracidad.  Sin duda es reconfortante andar en tales caballos que tanto saben de la vida. Por otra parte el artista, como profundo conocedor del ambiente, no omite ningún detalle del apero, las riendas, el freno, los estribos. A tales animales casi nunca se los ve en una calle. A veces reposan en el palenque de una pulpería o bajo una enramada, pero siempre en medio de la llanura. Observemos de paso otra característica que caballo y jinete comparten: los primeros tienen cascos enormes, los pies de los hombres son también de grandes dimensiones. Tantos los cascos como las extremidades enfundadas en botas de potro o alpargatas constituyen una base sólida, afirman la pertenencia a la tierra. No son seres aéreos que se lleva el viento. Están pegados al suelo, allí se afirman como un árbol en sus raíces. Y digamos por último que en el mundo de Molina Campos todos miran con una especie de felicidad a sus semejantes y a las cosas de la tierra, con una inconsciente alegría de vivir.
El aire que respiran esos personajes les ensancha el pecho, les comunica la energía de la tierra.

Es muy bueno estar vivos, volcados en el mostrador de un boliche a tomar una copa o haciendo sonar una baraja sobre la mesa de truco, los reyes y las sotas saltan delante de ellos, el as de espadas silba en el aire, se oye retumbar el garrotazo del as de bastos, ojos enormes inflados por la vehemencia del juego. Los espectadores festejan cada tanto de flor, el estentóreo canto de la vitoria, mientras de nuevo el mazo da otra vuelta y otra vuelta de ginebra acompaña a los porotos que marcan los puntos. 
También los caballos allá fuera comentan la partida, a la espera de que salgan sus dueños y los monten, una caricia al caliente recado, la mano resbala sobre el cojinillo y toma las riendas y de nuevo hacia el íntimo nido de un rancho, hasta el próximo amanecer con un mate y la mujer medio despeinada, los dedos curtidos de ordeñar, en que galpón, en que corral de esos miles de hectáreas vacías alrededor.

Están también las celebraciones. Unos festejos exteriormente tan humildes a los que se vive como momentos excepcionales. Bailan bajo una enramada "que fue la playa de esquila", las parejas hamacándose en una polca, sin apretarse, se miran, eso sí, como deslumbrados, risueños, las chinas con zapatos que se les tuercen, los guitarreros siguen y siguen junto a un perro indiferente y el cielo, inmenso, con su espacio sin fondo para esa gente. Modestos regocijos a los que justamente el cielo desnudo y el campo solitario les dan una dimensión especial. Pero el horizonte es de ellos. En esos cuadros todo sucede como en sueños, en un espacio intermedio entre la realidad y lo imaginario. Sus personajes ya no pueden dejar de estar presentes en ninguna referencia plástica evocadora de nuestro campo en un pasado no muy lejano. En ninguna evocación de lo que fue y es el gaucho y la pampa, pese a todas las modificaciones del tiempo. Donde el humor interviene, sea en un texto o una imagen, distorsiona siempre el sentido, le hace perder su unidad, produce una especie de refracción que lo desplaza en muchas direcciones.

Con respecto a la pintura popular de Molina Campos la caricatura también mantiene una relación dual de su contenido, una mezcla de distancia y aceptación, de afectuosidad burlona y profunda identificación con ese medio y esos seres, que expresan un mundo personal, realizado con una entrañable virtud evocadora. Intuimos que carácter tan especial de esa obra la torna única, cerrada, y le ha de conferir un valor permanente en su género dentro de todo el panorama de la plástica argentina. Lo cierto es que Molina Campos se consideraba gaucho a sí mismo, igual que a sus personajes, con un sentido muy distinto del que se tenía en el siglo pasado. Puede tenerse la certeza de que para él ser gaucho representaba un compromiso con la honradez, la lealtad, la valentía y hasta con cierto grado de pureza viril. De ahí que su picaresca sea siempre lúdica pero finísima. De ahí que se dé por descontado que para un gaucho la vida es fundamentalmente trabajo, un trabajo casi siempre asomado al peligro, pero sin necesidad de ser dramatizado ni con el miedo ni señalando el riesgo de muerte.

M. Campos registró gráficamente y con una precisión admirable el mundo, las tareas,  las circunstancias, las intimidades de los hombres de campo argentinos de una época (en especial de los paisanos del sur, con alguna frecuencia de los del litoral, y alguna vez de los del norte), sin adjudicarles grandes heroísmos ni formidables virtudes patrióticas y sin asignarles la frialdad del matrero. Sus personajes son los modestos hombres de campo en sus tareas más cotidianas y reiteradas. El dolor está omitido en su obra de un modo tal vez interesadamente beatífico. Casi sólo importa lo risueño, y es probable que la visión general tenga cercenado el aspecto dramático propio de toda realidad. Cualquier forma de penuria ha sido puesta en un cono de sombra definitivamente silenciado. Pero en Molina Campos se trata de una postura espiritual no desestimable por aquel precepto de que la alegría es obligatoria y que lo demás se da por añadidura.Bolear o enlazar, pialar o domar, vistear o jugar, cultivar la amistad, casarse, tener hijos son su manera de contar la realidad de un sector del país en un determinado momento. El cuchillo con cabo de madera y remaches de bronce podría ser el símbolo de la modestia del protagonista de ese mundo que pintó nuestro artista. El hombre de campo, de trabajo, con su herramienta también modesta sujeta a la cintura, atrás, pero a al vista, para facilitar su uso y señalar su carácter más de utensilio que de arma.

Paisajes
Pintó los variadísimos paisajes que propone la aparente uniformidad de la llanura. Bañados y cañadones, lagunas, noches terminantes, deslumbrantes mediodías, campos metafísicamente silenciosos, tardecitas, lluvias, con esa delicada sensibilidad capaz de detectar la luz tan única y tan diversa del campo argentino. Pintó una vegetación si no variada, detallada y magistralmente observada. Desde los cavernosos ombúes hasta los sutiles juncos, los ñandubais, las espadañas, cardales y cortaderas.

Arquitectura
Pintó también lo que podría llamarse una antología de la arquitectura rural. Desde la tapera vencida por el abandono hasta los dignos ranchos de adobe, con techo también de barro o de paja, o los litoraleños, o los cordobeses con abertura central techada. Con maestría propia de gran miniaturista pintó desorbitados loros, mezclados con alucinadas aves de corral, cuya presencia Rosas despreciaba en lo que fuera una estancia criolla.
Pintó jagüeles y galpones, mangas, corrales de palo a pique, pozos de cincha y los elementales palenques, con lo que gracias a su obra ha quedado fijada y difundida una poco menos que desaparecida artesanía.

Vestimenta
En materia de vestimenta pintó desde la modestísima combinación de boina, camiseta y bombacha con las consabidas alpargatas, hasta el chiripá con calzoncillos de flecos y bota de potro. Con inobjetable exactitud pintó los aperos del recado con diversos tipos de estribos, bastos elementales o adornados con frentes de plata, riendas y cabezales de tiento o iluminados con bombas trabajadas por plateros artesanos, sobrepuestos de carpincho cuando no el humildísimo cojinillo como única comodidad.

Personajes
Son innumerables y variadísimos los personajes que emplea en las más diversas situaciones: mujeres jóvenes y viejas, mozos y ancianos, negros y niños van poblando las láminas de sus almanaques. Entre ese vasto elenco humano aparece esporádicamente un personaje: Tiléforo Areco. Hay pinturas que muestran su noviazgo, su casamiento, su foto de bodas, el nacimiento de su primer hijo. Tiléforo, que adquirió gran popularidad, traza de algún modo un itinerario simbólico del mundo descripto por Molina Campos

Vocablos Argentinos

¿De donde proviene la palabra "gaucho"?




Sus orígenes son muy inciertos, pero la versión más aceptada es la de Gustavo Gabriel Levene en su "Historia Argentina".

Cuenta allí de unos personajes que ya existían en España y Portugal dedicados a menesteres no siempre sanctos. Estos hombres que preferían los campos y montes para evitar encuentros con la ley se llamaban "guaderios". En los primeros tiempos de nuestra historia hubo personajes similares a los que se les mantuvo ese nombre. Luego, por alguna razón desconocida, se los rebautizó como "gauchos".


Poco a poco, aquel origen delincuencial fue borrándose y los gauchos (aunque siempre pobres, mal alimentados y mal vestidos) comenzaron a dedicarse a tareas dentro de la ley. Luego la palabra se jerarquizó aún más cuando muchos de esos gauchos se unieron voluntariamente al recién nacido ejército en las luchas por la Independencia. Hoy es una palabra honrosa. Claro que siguen pobres.

jueves, 17 de julio de 2014

EN LA NOCHE SOÑÉ ... (27 de 52) - Sindel -

EN LA NOCHE SOÑÉ ... (27 de 52) - Sindel -


La felicidad es amor, no otra cosa. El que sabe amar es feliz.” 
                                                                                                                                      Hermann Hesse


Autora
tRamos

tambien os dejo  a:
simply red -if you dont't know me by now





Estar contigo
es un juego constante
de VIDA.


En la noche, imagino:

tu compañía y
vivir en esa armonía.

Eres, tú, 
¡ mi amor ¡
aquel que cambia mi rostro
y me abre puertas de todo tipo
yo te sigo, te adelanto, te acompaño
corro, paro,  bailo, grito y callo...
y en un susurro digo: te amo.


Nuestra afinidad  convierte mi vida
en sencillez, candor
 y adoro ese estado.


Me he vuelto adicta a ti

tu sudor sin envolturas
tus diversas miradas
la mente inquieta
dulzura y brusquedad.

Más mucho más libre
junto a ti.






Es tan bello el vídeo de este Canto que os lo dejo:


miércoles, 16 de julio de 2014

El día después

El día después



Los argentinos somos así, triunfalistas, soñadores, estamos ávidos de una alegría, y nos habíamos ilusionado con ganar esta Copa Mundial de la FIFA 2014. Un segundo puesto no viene nada mal tomando en cuenta que en tantos otros aspectos mucho más relevantes que el fútbol siempre salimos cola. Sin embargo, resultó poco menos que una tragedia griega no derrotar a Alemania en la Final. Ante todo, lo fue para los propios protagonistas del juego, tal como se evidenció por televisión en los rostros sollozantes y angustiados de los jugadores de la selección argentina. Lo fue también para gran parte de nosotros. Sin ir más lejos, en casa hubo que consolar a dos chicos grandes ya que se tiraron al piso, lloraron, dieron portazos, y hasta tiraron la camiseta que llevaban puesta desde hacía un mes en el cesto de la ropa para lavar.

Personalmente, el día después del sueño con el cual inclusive yo misma fantaseé, creo que así como terminó, la cosa es mejor para todos. Hoy volvemos a caer en la realidad. Nos encontramos con el país que somos y tenemos, que sale subcampeón en nada más que el fútbol, aunque tampoco esto nos termine de conformar.

Los periodistas especializados en el tema se la han pasado las últimas horas analizando las causas de la derrota argentina y la actuación de Leo Messi, de quien se esperaba tantísimo más. Se debate, además, el esquema planteado por el técnico Sabella, el factor cansancio, la suerte y demás yerbas. Lo cierto es que perdimos un partido de fútbol simplemente. No ha ocurrido ninguna tragedia, salvando — claro está — aquellos que murieron en accidentes fatales estando en Brasil antes y durante el campeonato.

Hoy se ven las banderas aún colgando de los balcones de mi barrio. Las prendas albicelestes que hasta ayer se vendían como pan caliente quedarán en los armarios hasta el próximo amistoso, donde se esperará una revancha. Las vuvuzelas se hicieron oír tímidamente hasta ayer después del partido en las calles porteñas, a pesar de que en el obelisco se congregaron unos cuantos miles de seres a celebrar el segundo puesto. Lamentablemente, el festejo acabó en desmanes causados por un grupo de desaforados que intentaron saquear comercios. El resultado arroja una cifra incierta de detenidos, quince policías heridos, luego de disparos, destrozos y caos en el microcentro. 


El día después me ha retrotraído a aquel en que Argentina salió campeón en 1978. Recuerdo haber salido a las calles con cacerolas, y sentir que tocábamos el cielo con las manos, ignorando absolutamente todo lo que sucedía a nuestro alrededor. Por entonces, tenía sólo diez años, pero a los adultos también los embriagó aquella victoria local  una embriaguez peligrosa en momentos que se hacía necesario tener la mente bien alerta, como lo es necesario hoy. El patrioterismo que envuelve a estas epopeyas deportivas y comerciales ha demostrado hacernos daño, brindándonos una momentánea y falsa sensación de bienestar.


Habiendo atestiguado nueve campeonatos mundiales en los cuales Argentina disputó cuatro finales, me quedo con la impresión de que ganan los equipos, no los individuos, por más renombre que tengan. El equipo del 78 estaba conformado mayormente por hombres que jugaban en clubes locales, y por lo tanto se conocían de memoria gracias a jugar unos contra otros domingo tras domingo. Los muchachos de hoy, en cambio, gozan de un estado físico admirable, ganan fortunas, pero viven y juegan en el exterior. Cuando se reúnen en el estadio parece que no se entienden, no se conectan, y así es como el juego no termina de fluir. Han sido recibidos con bombos y platillos, pasarán unos días aquí junto a sus familiares, descansando y bajando el trago amargo, para finalmente volver a la diáspora. Rescato lo que han dejado en la cancha, y aunque me hubiese gustado seguir entonando los cánticos que el ingenio popular ha sabido crear, estimo que lo que sucedió ayer fue lo mejor que nos podía pasar, no sin confesar que es arduo tener que vivir el día después.


EMOCIONES EN LA PIEL.

EMOCIONES EN LA PIEL.

del blog  http://saikuhayotravidaposible.blogspot.com.ar/



Foto de Alexey Nikishin


La piel recubre todo mi cuerpo y delimita lo que está “en el interior” y
lo que está “en el exterior”, es decir mi individualidad. Por su superficie, mi
piel es el órgano más importante de mi cuerpo. Es una capa protectora que
delimita con precisión mi espacio vital y que deja translucir fielmente e
inconscientemente mi estado interior. Si soy una persona dulce, también lo
será mi piel. Si es muy grande mi sensibilidad, también mi piel será muy
sensible. Al contrario, si soy más bien duro conmigo mismo o con los demás,
mi piel será también muy dura y espesa. Si está irritada mi piel, hay algo o
alguien en mi vida que me irrita. Una gran inseguridad hace que mi piel sea
húmeda mientras que una piel que transpira mucho evacua las emociones que
retengo y que necesito evacuar. La calidad de mis relaciones con el mundo
exterior estará pues representada por el estado de mi piel.
La piel es como la corteza de un árbol. Nos revela que hay problemas
exteriores o interiores. Aísla las células de mi cuerpo, mis componentes en
cuanto a mi entorno exterior. Si mi piel tiene anomalías, hay muchas
probabilidades de que sea una persona que da mucha importancia a la opinión
de los demás y a lo que pueden decir a mi respecto. Estando poco seguro de
mí mismo y teniendo miedo de estar rechazado o de hacerme herir, voy a
crearme una enfermedad de piel que se volverá “una barrera natural” que
permitirá guardar cierta distancia con mi entorno. La piel es un tejido blando
que está relacionado con la energía mental y por lo tanto expresa mis
inseguridades, mis incertidumbres de aquí la expresión “estar rojo de ira”. Mi
piel puede cambiar de color cuando estoy molesto o cuando puedo sentir
vergüenza. Es pues la línea de demarcación física, mi máscara entre mi
interior y mi exterior. Si mi piel es seca, es que carece de agua. El agua es el
segundo elemento (después del aire) necesario a la vida. Mis relaciones con la
vida son pues secas, áridas. Me bloqueo interiormente en mis relaciones con el
entorno. Puedo tener la sensación de “secarme”. Debo buscar la alegría en mi
comunicación con los demás. La piel muerta que hace copos indica que me
abandono a viejos esquemas mentales. Si tengo granos en la superficie de la
piel, es que expreso exteriormente problemas de relaciones, comunicación con
mi entorno, referente a puntos concretos. Si mi piel muestra signos de
inflamación, entonces no debo estar menos irritado frente a ciertas situaciones
de conflicto interior o exterior. Si mi piel es grasa, es que retengo, conservo
demasiadas emociones para mí. Puedo desear huir de una situación o persona
como si tratasen de atraparme, como la pequeña bola cubierta de aceite que se
quiere coger y que resbala entre los dedos. Debo dejar fluir la energía para que
mis pensamientos negativos puedan desaparecer. Debo mirar con calma,
fríamente las frustraciones que alimento para que mi piel sea más clara y
menos espesa. Cuanto más me vuelvo transparente y verdadero con los demás,
más transparente será mi piel. Una irritación me muestra que hay uno o varios
pensamientos irritantes que suben en la superficie de mi piel y que he de
mirarlas de frente para que dejen de atraer mi atención y molestarme. Cuanto
más sea capaz de apreciar mis cualidades y ofrecerme pequeños dulces, más
mi piel va a “transpirar” este bienestar por su dulzura y su claridad. Cuanto
más sea capaz de comunicar libremente mis emociones, más se relaja y
resplandece mi piel.

MI ROSTRO 

Mi rostro es la primera parte de mi ser que aborda o acoge el universo.
Normalmente, un golpe de vista me da sensaciones sobre alguien según que su
rostro es radiante, luminoso, sonriente o, al contrario, sombrío, irritado, triste.
El rostro se relaciona pues con mi imagen, mi identidad, mi ego. Si quiero
esconder un aspecto de mi personalidad o si me escondo algo a mí mismo,
mi rostro lleva esta máscara también al volverse tenso y con muecas. Del
mismo modo, si me desvalorizo, si critico, si me siento incompetente, si tengo
la sensación que nadie me ama, mi malestar interior se expresa por el aspecto
de la piel de mi rostro que se vuelve llena de granos o que se seca. Una
irritación mental hace la piel imperfecta. Para que se aclaren, se suavicen y se
limpien por sí - mismos los rasgos y la piel de mi rostro, es importante que
limpie primero mi interior y que me quite sentimientos y pensamientos
negativos que mantengo y que deje sitio a más amor, a más comprensión, más
aceptación  y más apertura. Mi rostro se iluminará aún más y ya no tendré
necesidad de llevar máscara.

ver más en http://saikuhayotravidaposible.blogspot.com.ar/2014/07/emociones-en-la-piel.html

miércoles, 2 de julio de 2014

Alcoholismo

El alcohol es la droga más comúnmente abusada hoy en nuestra sociedad.
 

Sí, el alcohol es una droga que puede conducir a la tolerancia 
(la necesidad de consumir más alcohol para lograr el mismo efecto) 
y a la adicción (el no poder vivir sin él).
 

El alcoholismo destruye muchas vidas en nuestra 
    sociedad, sin importar la clase social de la persona o a qué cultura 
    pertenezca en nuestra sociedad. 

No sólo puede destruir a un individuo sino 
    también las vidas de aquellos que le rodean.
 

La mayoría de los homicidios, 
    muertes por accidente de automóvil, lesiones, casos de violencia, 

accidentes en el lugar de trabajo y suicidios involucran alcohol.
 

Otros efectos 
    ocasionados por el alcoholismo incluyen pérdida de trabajo, 
divorcio, enfermedad física, enfermedades crónicas y finalmente, 
si no se trata, la muerte.
    

ver http://members.tripod.com/~sober_joe/alcoholismo_espanol.htm